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Nueva York.––El negocio armamentista adquirió vida propia, es un demonio dirían evangélicos fanatizados, que ahora castiga a sus aliados. La congresista demócrata de Arizona, Gabrielle Gifford, hablaba de su “inseparable compañera”, una pistola Glock, pero Jared Lee Loughner, con una Glock, interrumpió una de sus reuniones, mató 11 y la baleó en la cabeza. La salvaron, pero perdió carrera y pistola.
En su última y más repugnante propaganda cinematográfica, Batman combate unos “terroristas” que amenazan a Wall Street. Cuando la audiencia disfrutaba una estupenda balacera en la pantalla, James Eagan Holmes disparó desde la pantalla y mató 12 en Aurora, Colorado.
Connecticut era el “Arsenal de América”, una factoria nacional de armas. Ahí decían que Dios creó hombres “desiguales”, que “Sam Colt los hizo iguales” facilitándoles tener el mismo revólver o pistola. En Newtown Nancy Lanza coleccionaba armas, su hijo Adam tomó una, le voló la cabeza, luego masacró 26, incluídos 20 niños en una escuela. Las armas masacraron a hijos, sobrinos y nietos de algunos glorificadores de armas.
El presidente Barack Obama lloró hablando del asunto pero necesitamos, más que un llorón en jefe, un comandante en jefe controlando las armas. Obama nunca necesitará votos, debe convertirse en estadista construyendo un legado histórico de control armamentista real y global. Porque esas mismas armas matan anualmente miles de mexicanos, centroamericanos y caribeños.
Somos 300 millones con 270 millones de armas registradas, que anualmente matan más estadounidenses que todos los ataques terroristas combinados. La industria armamentista gana con cada masacre, prevenir futuras siempre requiere “más seguridad”, es decir, comprar más armas. Sus ganancias aumentaron de $19 mil millones cuando Obama ganó, a $31 mil el año pasado. Sus “ganancias” mataron más de 100 mil mexicanos, centroamericanos y caribeños”. Sólo un gran líder podrá controlarla. Ojalá Obama llene la vacante.