Hoy tenemos dos hombres idénticos, como gemelos, malcriados y engreídos, escupiéndose insultos y amenazas nucleares.
Kim Jong-un, y Donald Trump esgrimen misiles nucleares, como símbolos de muerte, disputándose cuáles tienen mayor alcance.
Con Rusia y China alineados con Washington, Kim está preso. Si desafía a las tres potencias, entonces el mundo no es lo que creíamos que era.
Tanto Trump como Kim necesitan ese teatro de amenazas para unificar sus pueblos. Sólo la “amenaza del imperialismo” justifica la inversión de Kim en armas nucleares, sólo la “amenaza nuclear” de Kim unificaría a los estadounidenses con Trump.
En este teatro, ellos compiten para demostrar cual es más loco y ese es el problema, uno puede cometer una verdadera locura para ganar la demencial competencia. Recientemente me topé en un bar de Manhattan con un amigo de Iowa que conocí en Chicago, es oficial de inteligencia de los Marines, llamémosle Wyne.
“Qué gusto verte, ¿qué haces aquí?”.
“Vengo de Guam”, una isla en el Pacífico con unos 160,000 habitantes y dos bases militares estadounidenses.
“Háblame de Corea”, le rogué.
Clavó sus pupilas heladas en las mías respondiendo, con voz profunda, “¿realmente quieres saber?”.
“Claro”.
“Pyongyang, (Corea del Norte) puede matar de 25,000 a 50,000 personas en Seúl”, (Corea del Sur).
¿Y entonces? “En poco tiempo dejaríamos a Corea del Norte plana y nivelada como un inmenso estacionamiento”, se apuró el trago.
Trump amenazó con “fuego y furia”, sobre Corea del Norte, “como el mundo nunca antes ha visto”.
Nuestro problema es que los bocones deben cumplir alguna amenaza para salvar su credibilidad.
Por eso los secretarios de Estado, Rex Tillerson; Defensa, James Mattis; y el gerente de la Casa Blanca, John Kelly; acordaron que uno de ellos siempre estará con Trump.
Eso tranquiliza un poco.