Nueva York.-El Papa Francisco usó su influencia para acercar a Cuba y Estados Unidos, también para la paz entre el gobierno y la guerrilla de Colombia. Washington y La Habana tenían 53 años de enemistad; los colombianos llevan 67 años arrancándose la piel.
Al poner su liderazgo al servicio de la reconciliación, Francisco nos enseña con su ejemplo. Luego proclamó, en La Habana y en Washington, que los líderes deben servirle al pueblo, no a las ideologías ni posiciones políticas.
Ante el Congreso en Washington, Francisco hizo un verdadero milagro. Encontró el “alma” de John Boehner, el republicano jefe de la Cámara de Representante, muchos creímos que no tenía alma. Lo hizo sentir tan culpable, que lloró en público y anunció su renuncia al día siguiente.
Francisco nos invitó a expandir nuestros horizontes mentales y geográficos, a derrumbar las fronteras nacionales de la imaginación, para asumirnos habitantes del continente.
En la segunda oración de su discurso dijo: “también yo soy un hijo de este gran continente, del que todos nosotros hemos recibido tanto y con el que tenemos una responsabilidad común”.
Luego declaró “Nosotros, pertenecientes a este continente, no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Les hablo como hijo de inmigrantes, como muchos de ustedes que son descendientes de inmigrantes”.
Y denunció “el reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos”. Yo añadiría “con Dios o con el Diablo, conmigo o contra mi, patriota o traidor”.
Francisco señaló a las desigualdades económicas están exterminando a la familia. Jóvenes en edad de formar familias, observa Francisco, no pueden hacerlo porque carecen de los recursos económicos necesarios, mientras que a otros les sobran.
Por eso y por mucho más, la derecha lo desprecia, lo acusan de ser un liberal con sotana.