Nueva York.- El “elixir del poder” es la droga más adictiva del planeta. Para evitar sus efectos devastadores, muchas sociedades limitan el tiempo que pueden durar sus gobernantes.
La tradición estadounidense de dos períodos y “nunca jamás”, la inició George Washington en 1797, cumplió su segundo período presidencial con mucha popularidad, pero decidió no reelegirse.
Thomas Jefferson siguió su ejemplo y dijo que sin limitar los períodos, cualquier presidente puede convertirse en monarca. “Los políticos y los pañales deben cambiarse con frecuencia, y por las mismas razones”, apuntó Mark Twain. Varios presidentes fracasaron intentando gobernar un tercer período, sólo Franklin Delano Roosevelt logró reelegirse cuatro veces.
Gobernó desde 1933, en la crisis de la depresión de 1929, se reeligió cuatro veces y murió en el poder en 1945. En 1947 el Congreso modificó la Constitución, la Enmienda 22 limita a dos períodos el ejercicio presidencial. Ahí está el secreto de la constante movilidad económica, política y social estadounidense.
La sociedad debe producir alternativas de gobierno de manera permanente. No es “un hombre y su grupo” eternamente controlando todos los medios de poder, cada cuatro u ocho años, debe haber un nuevo presidente y nuevo gabinete. Establecer constitucionalmente “una reelección y nunca jamás”, fue el principal aporte del expresidente Hipólito Mejía. La opción de entrar, salir y retornar una y otra vez, es un fraude político contra la nación. La Presidencia no debe tener puertas giratorias por donde los presidentes entren, salgan y retornen constantemente.
Cualquier gobernante corrupto convierte la presidencia en un patrimonio familiar, “yo, después mi esposa, retorno yo, me sustituye mi hijo, retorna ella, retorno yo, y sigue él”. Esa sería una monarquía familiar perfecta, nunca una democracia.
Para garantizar la movilidad económica, política y social, debemos cambiar regularmente el gobernante, una reelección y nunca jamás.