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Nueva York–– “El hombre blanco le teme al silencio, inventó la radio y la televisión, llenando el espacio con palabras; siempre hablando sin decir nada”. Me dijo Aponi, la enfermera de una tribu Ottawa en Traverse City, Michigan.
“Mi gente se sienta en silencio durante horas, buscando ese momento mágico, los pájaros e insectos callan, y pueden escucha el silencio del bosque. Contemplan y escuchan al viento, plantas y animales; el silencio contiene fortaleza, sabiduría y todas las respuestas del mundo. Nuestros ancianos más sabios y venerables pasan días en silencio”.
En política ciertos silencios crean vacíos desconcertantes y milagrosos. Cuando Leonel Fernández ganó la última convención, Danilo Medina lanzó un desafío mutista. El profundo e insondable silencio de Danilo elevó su figura política, desconcertando a Leonel. Danilo desperdició su solemne silencio sin solemnidad. Habló durante una idiótica cumbre de la intolerancia en Casa de Campo, donde los nativistas manipularon a los nacionalistas, estapandando sus prejuicios racistas en la Constitución leonelista.
Manejando el silencio, Leonel superó a Julio Zabala imitando a Joaquin Balaguer, administra mejor los silencios que los fondos públicos. Hasta tiene un secreto Ministro del Silencio y la Lisonja.
Al final de su escandaloso gobierno, Hipolito Mejía se refugió en el silencio de su finca, y milagrosamente renació su figura. Después rompió el silencio hablando palabras de sabiduría, admitiendo errores pasados, pidiendo una nueva oportunidad. Retornó al silencio y encabezó las encuestas.
Ahora Mejía rompe el silencio chismeando contra domésticas, jueces y la esposa del presidente perredeísta. ¿Se autosabotea, como Juan Bosch; fueron deslices psico-verbales; o cree que puede botar votos? Estas respuestas Mejía las guarda en silencio. Los silencios intermitentes, entre notas y acordes, crean el misterio del arco melódico musical. Pronto las urnas responderán las preguntas fundamentales, revelándo todos los secretos de todos los silencios.