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Nueva York.— Al escoger al representate de Wisconsin, Paul Ryan, como su compañero de boleta, el candidato presidencial republicano, Mitt Romney, dió un gran giro a la ultra derecha. Ryan es tan ultraderechista, fundamentalista y radical, que George W. Bush tuvo que sacarle los pies. El es el arquitecto de los recortes presupuestarios que generan tantos despidos; es jefe del comité presupuestario de la Cámara Baja. La joya de toda su propuesta prejurásica será la privatización del sistema de seguridad social.
Romney ciertamente admite, con esa selección, que teme perder del Presidente Barack Obama, porque las encuestas presentan un empate técnico entre ambos, eso suele favorecerle al incumbente. Escogiendo a Ryan, Romney espera que los últimos reductos del ultraderechismo indeciso cierre filas con él para sacar a los “liberales” de la Casa Blanca.
El candidato republicano, sin embargo, no logra articular una propuesta electoral convincente. Su campaña se basa más en atacar los errores de Obama que en sus propuestas. Ryan, un estupendo vendedor de ilusiones, es probablemente la persona ideal para promover las iniciativas de Romney, en caso de que el candidato republicano tenga algo que proponer.
Ryan tiene la profundidad e intensidad ideológica que le falta a la Romney. También un fuerte sentido de urgencia, que explica magistralmente Ryan Lizza, en la revista The New Yorker. “El padre de Ryan, su abuelo y su bisabuelo, todos murieron antes de cumplir los 60, entonces Ryan, que ahora tiene 42, puede ser perdonado si se siente que anda con prisa”.
Romney espera que Ryan le articule, simplifique y focalice el discurso. Luego esperará a que la crisis europea empuje la economía estadounidense por un barranco para culpar a Obama. En esencia Romney no parece esperar una victoria electoral, sueña con la derrota de Obama y se prepara para capitalizarla.