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Nueva York.––Una tormenta de arena se levantó sobre el desierto, derribó un helicóptero, dañó otros dos y quienes rescatarían los rehenes estadounidenses en Teherán salieron huyéndole al viento. Era abril del 80 y Ronald Reagan, en campaña contra la reelección de Jimmy Carter, dijo que esa tragedia nacional no sería politizada.
Ahora un comando islamita irrumpió la legación diplomática estadounidense en Bengazi, Libia, asesinó al embajador Chris Stevens y a otros tres empleados. El candidato republicano Mit Romney responsabilizó al presidente Barack Obama del ataque, por “flojo” y lo calumnió, dijo que el mandatario se “disculpó” ante los atacantes.
Romney perdió la compostura, se fue de boca.
Los sondeos de opinión le dan ventaja a Obama; uno de The New York Times/CBS le da 51% y a Romney 43%. Actúa con desesperación, porque se sabe perdido. Obama tiene “amarrados” unos 266 de los 270 votos electorales necesarios para ganar y lleva la ventaja en estados indecisos y claves como Florida, Ohio, Virginia, Michigan y Pennsylvania.
A Romney todavía le falta otra prueba pública y es el debate presidencial. Obama tiene mejor dominio escénico y mucho más elocuencia, además de ser más inteligente.
Las elecciones se decidirán por el estado de la economía y la personalidad, el carácter de los candidatos. Romney perdió la última y su único planteo para mejorar la economía, es que los ricos paguen menos impuestos.
Muchos republicanos anuncian que aunque están “convencidos” de que Obama es “musulmán” votarán para reelegirlo. Romney demostró que su multimillonaria fortuna es insignificante ante el tamaño de su proverbial estupidez.
Toda la nación la ve.
Según Obama, Romney “dispara primero, después apunta”.
Romney debe escoger con tiempo las palabras de su discurso más importante; aceptando su derrota, y reconociendo lo que hoy luce como la inminente victoria de Obama.