Para preguntas escribir a:
Jcmalone01@aol.com
Nueva York.—Si el presidente Barack Obama no gana los dos debates restantes por “Knock Out,” o se produce una “sorpresa de octubre” favorable para él, perderá la reelección. Mitt Romney, el candidato republicano, le lleva menos de dos puntos, están prácticamente empatados, en esencia, en la irrelevancia. Ninguno ofrece razones específicas para que lo contratemos como presidente, por eso no cautivan al electorado.
La campaña discurre en una sequía absoluta, en un apagón general de ideas y propuestas novedosas e inteligentes. El punto más luminoso de ésta contienda fue el discurso de Bill Clinton en la convención demócrata. Al vicepresidente Joe Biden le fue bien debatiendo al candidato vicepresidencial republicano Paul Ryan; ese es el problema de Obama. Las elecciones no se ganan con discursos ajenos ni con un candidato vicepresidencial luciendo mejor que el otro. Para ganar, Obama debe cautivar e inspirar a los votantes.
Romney tiene una gran ventaja; sus discursos ultraderechistas de las primarias fueron para consumo interno republicano. Ahora tiene la atención nacional, se presenta como moderado, y Obama lo acusa de mentir, pero las campañas son competencias engañosas donde siempre gana la mejor mentira. Aquí compiten el odio de conservadores por Obama, y el de liberales por Romney, no habrá ganador, el más odiado será perdedor.
Los debates no siempre deciden las elecciones. En 1980 Ronald Reagan ganó porque “nokeó” a Jimmy Carter en el debate, John Kerry “se comió” a George W. Bush en el del 2004, pero perdió.
Cuando Obama ganó, tenía una súper mayoría congresual, apoyo nacional y mundial, pero desperdició su gran oportunidad de cambiar el rumbo de la historia. Remendó, no reinventó el moribundo sistema, su remiendo al sistema sanitario y su venganza contra Osama Ben Laden son sus grandes logros. Ahora podría enfrentar su cuenta regresiva final.